Como único dueño de una consultora de innovación y estrategia, y líder de la misma, me he dado cuenta de que cargo con una constante contradicción: debo asumir responsabilidades que no siempre son mías, mientras devuelvo aquellas que otros necesitan llevar para crecer, o simplemente para cumplir con su rol. Es un equilibrio delicado que he complicado más de lo necesario por mis propios miedos e inseguridades, y porque no encuentro respuesta positiva de aquellos quienes tienen que mirarse hacia dentro.
Cuando asumo lo que no me corresponde
He caído muchas veces en la trampa de "rescatar" a personas de mi equipo, algunas veces salvaguardando la relación personal, otras por buscar reconocimiento, y algunas simplemente con la ilusión de que algún día cubrirán su rol. Prácticamente todas me han pagado mal, y yo he cargado con la consecuencia. Cuando veo que alguien está luchando con una tarea, mi primer instinto es intervenir, tomar control y resolver el problema yo mismo. Me digo que es "por eficiencia" o "para no presionar demasiado", pero la verdad es más compleja.
A veces lo hago por mi propio miedo al fracaso. Si permito que otros fallen, ¿no estaré fallando yo como líder? Esta ansiedad me lleva a microgestionar, a complicar procesos con exceso de control y supervisión, y al final termino agotado mientras mi equipo se vuelve dependiente.
Otras veces es puro perfeccionismo disfrazado de liderazgo. "Si lo hago yo, saldrá como debe ser." Pero esta mentalidad no solo me sobrecarga, sino que priva a otros de oportunidades de aprendizaje, crecimiento y auto-crítica.
He aprendido que uno de los actos más difíciles del liderazgo es resistir el impulso de resolver todo. Devolver la responsabilidad a quien le corresponde requiere una confianza que a veces no siento. Significa aceptar que los resultados no siempre serán perfectos, que habrá errores, y que esos errores son parte del crecimiento. Más importante aún, que los errores tienen consecuencias.
Cuando un miembro del equipo viene con un problema, mi tendencia natural es dar la solución. Pero ahora trato de preguntarme: "¿Esta persona necesita que yo resuelva esto, o necesita el espacio para resolverlo ella misma?" La segunda opción es más incómoda para mí, pero infinitamente más valiosa para todos.
La difusión de la responsabilidad
He notado cómo la difusión de responsabilidad se manifiesta en mi equipo, especialmente en proyectos grupales. Todos asumen que "alguien más se encargará" o que "el líder lo resolverá si es importante." Mi respuesta inicial era hacerme cargo de todo, pero eso solo reforzaba el patrón. Hoy, cuando algo no se realiza o cuando hay fallos, los remarco, ya es trabajo de cada quien cómo decida interiorizar la consecuencia.
Ahora estoy aprendiendo a ser explícito sobre las responsabilidades. No basta con decir "necesitamos hacer esto"; debo ser claro sobre quién hace qué, cuándo y cómo mediremos el éxito. La claridad no es microgestión; es liderazgo responsable.
Lo más difícil de reconocer son mis propias evasiones de responsabilidad disfrazadas de "liderazgo situacional." Cuántas veces he culpado a "la falta de recursos" o "las circunstancias del mercado" cuando la realidad era que no tomé las decisiones difíciles a tiempo, como despedir personas (la más incómoda de todas).
El equilibrio delicado
Como líder, mi responsabilidad no es hacer todo, sino asegurarme de que todo se haga. Esto significa:
Asumir lo que es mío: Las decisiones estratégicas, la dirección del equipo, crear las condiciones para el éxito, y sí, los resultados finales. Cuando algo falla en Uncommon, la responsabilidad última es mía, independientemente de dónde se originó el problema.
Devolver lo que es de otros: Las tareas operativas, las decisiones dentro de su expertise, las oportunidades de resolver problemas y aprender de errores. Mi papel es dar contexto, recursos y apoyo, no hacer el trabajo por ellos. También fijar los límites y las consecuencias a los problemas no resueltos.
Reconocer la diferencia: A veces la línea no es clara. Un proyecto puede fallar por mi falta de dirección estratégica o por la ejecución del equipo. Mi trabajo es analizar honestamente mi contribución al resultado sin caer ni en la culpa excesiva ni en la evasión.
Estoy aprendiendo que liderar no significa tener todas las respuestas, sino hacer las preguntas correctas. No significa evitar que mi equipo cometa errores, sino crear un espacio seguro donde puedan aprender de ellos. No significa ser el héroe que resuelve todo, sino ser el entrenador que desarrolla héroes.
La próxima vez que sienta la urgencia de "rescatar" a alguien, me preguntaré: "¿Qué necesita esta persona más: que yo resuelva su problema o que desarrolle la capacidad de resolverlo?" La respuesta honesta determinará mi acción.
Me comprometo a resistir la tentación de complicar lo simple por mis propias inseguridades. A confiar en mi equipo lo suficiente para dejarlos fallar y aprender. A asumir completamente las responsabilidades que son mías sin buscar excusas externas. Y a devolver a cada persona la dignidad de ser responsable de su propio crecimiento y éxito.
Porque al final, un líder no se mide por cuánto puede hacer solo, sino por cuánto puede lograr a través de otros.